Desde mi precario escondite y con la espalda destrozada, era difícil tomar una decisión.
Lucario podía entrar en batalla, pero no lo consideraba una buena idea. Yo estaba cansada, mis pokémon se estaban recuperando de a poco y él era la única defensa que tenía nuestro improvisado grupo. Si él caía, quedaríamos a merced de aquel chico y de cualquiera en realidad. Además, ponía muy en duda que me creyera si intentaba disuadirlo; para todos en el grupo, era un hecho que nuestra misión era evitar desastres, yo no estaba consciente de que estaba haciendo algo malo porque no lo parecía.
Pensé y pensé. Yo no tenía respuestas para contestar la preguntas que me harían, que seguramente serían las mismas que yo me hacía en estos momentos. No, no podía enfrentarlo, mucho estaba en riesgo y yo no quería comprometer a mis acompañantes.
Consideré dispararle una flecha, pero ese Alakazam... si podía sabotear al propio Lucario, seguro no le sería difícil evitar mis ataques.
La decisión estaba tomada...
Miré a Lucario. Pobre, estaba algo consternado por el desliz. Como pude, le di unas palmaditas en el hombro, insegura de si era la correcto, y le dije:
— Tranquilo... sólo salgamos de aquí... — lancé una mirada de reojo al chico del Kadabra, con cierto resentimiento por no permitirme descansar —. Debemos tener más cuidado.
Lucario podía entrar en batalla, pero no lo consideraba una buena idea. Yo estaba cansada, mis pokémon se estaban recuperando de a poco y él era la única defensa que tenía nuestro improvisado grupo. Si él caía, quedaríamos a merced de aquel chico y de cualquiera en realidad. Además, ponía muy en duda que me creyera si intentaba disuadirlo; para todos en el grupo, era un hecho que nuestra misión era evitar desastres, yo no estaba consciente de que estaba haciendo algo malo porque no lo parecía.
Pensé y pensé. Yo no tenía respuestas para contestar la preguntas que me harían, que seguramente serían las mismas que yo me hacía en estos momentos. No, no podía enfrentarlo, mucho estaba en riesgo y yo no quería comprometer a mis acompañantes.
Consideré dispararle una flecha, pero ese Alakazam... si podía sabotear al propio Lucario, seguro no le sería difícil evitar mis ataques.
La decisión estaba tomada...
Miré a Lucario. Pobre, estaba algo consternado por el desliz. Como pude, le di unas palmaditas en el hombro, insegura de si era la correcto, y le dije:
— Tranquilo... sólo salgamos de aquí... — lancé una mirada de reojo al chico del Kadabra, con cierto resentimiento por no permitirme descansar —. Debemos tener más cuidado.
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