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Todas las mañanas, despierto por la melodía de las campanas. No es mi celular notificándomelo o un viejo despertador que algún tío me obsequió pensando que sería un buen presente, son aquellos instrumentos del centro de la ciudad con una tonada distinta cada amanecer. Abro mis ojos por unos momentos y los vuelvo a cerrar. A veces me siento cansado, otras veces me siento triste, otras solo quiero quedarme en mi cama.
Espero unos minutos antes de volver a ver el techo blanco de mi recámara. Mi padre me había dicho que era bueno no levantarse bruscamente y dejar a tu cuerpo acostumbrarse a la misma sensación de cada mañana. Me encontraba tenso, algo que un estirón en todas mis extremidades arreglaría.
Vuelvo a abrir mis ojos, el mismo techo blanco, claro ¿qué esperaba? Posiblemente que algo interesante sucediera, la aventura que tanto tiempo he esperado. Volteo mi cabeza hacia la pared para observar los pósteres que decoran la superficie naranja, desgastados por el tiempo y algunos cayéndose, los veo con cariño, como si de algún ser querido se tratase.
De un solo movimiento, me siento al borde de la cama. Mis pies ni siquiera logran tocar el frío suelo, están colgando y los muevo de adelante hacia atrás. Salto de ahí y rápidamente comienzo a buscar la ropa que usaría. Mientras me ponía mi pantalón, recordé que hoy debía ir a la universidad a darme de baja, no quería seguir encerrado en semejante y aburrida construcción de concreto. Al menos era lo más interesante de aquel día.
Sonreía enfrente de la secretaria, posiblemente me veía muy infantil con esa expresión en mi rostro y moviéndome de lado a lado inquietamente, era como cuando mis padres me compraban el videojuego que quería. Eso me hizo recordar que debía verme con un amigo en la plaza donde jugamos.
Al salir después de hacer el trámite me sentía libre, solo lo sería por unos meses ya que presentaría para la carrera que quería. Caminaba tarareando, cada paso me alejaba más de aquel lugar. Tomaba mi mochila con una sola mano, observaba las casas con detenimiento, a las personas, a los animales, no tenía mucho que hacer además de tararear y sentir esas cadenas rompiéndose.
Sin duda alguna ese día era un tanto interesante.
Ya en la plaza, tomé mi control y me puse a jugar, hoy estaba más barata la renta de las consolas. Varias personas llegaron y comenzó a llenarse. Hablábamos de todo tipo de temas, peleábamos por saber qué personaje era mejor, nos preguntábamos cosas extrañas, cada partida era divertida a su manera. No fue hasta el atardecer que salí de ahí.
Todavía se encontraba iluminado por la luz del sol y en mi casa no tenía nada que hacer, así que comencé a jugar en mi computadora. Todo se encontraba normal hasta que sucedió.
De un momento a otro, comencé a sentir pequeños temblores. Usualmente debería haber guardado la calma, pero parecía que vendría uno más fuerte. Gradualmente los temblores comenzaron a ser más violentos. Sabía que debía hacer “en caso de” y me encontraba fuera de mi casa. Más gente estaba en la calle, al menos a 5 metros de sus hogares, todos pegados los unos a los otros. El sismo terminó.
Varias construcciones se encontraban derrumbadas, gente llorando, pero nadie había fallecido, al menos no en esa zona. Con “tranquilidad” caminé rumbo a mi domicilio, partes cuarteadas por todos lados, pero que podían arreglarse. Algo en mi interior me invitó a subir a la azotea, sabía que no debía, pero lo hice. Posiblemente fue morbo o una sensación de aventura. Creí que lo que vería sería destrucción y nada más, pero me equivoqué.
A lo lejos podía vislumbrar un gran árbol, un árbol enorme, cruzaba las nubes y continuaba. No estaba ni siquiera cerca de mi ciudad, vaya, de toda esa región, pero su tamaño colosal le permitía ser visto. Era obvio, ese día era el más interesante de todos.
No tardaron los medios informativos en dar cobertura de los sucesos, no importaba el lugar en dónde estuvieras, si estabas al menos en un lugar alto, podías observar a la distancia ese gran árbol. La gente lo comenzó a llamar Yggdrasil al igual que en la mitología nórdica. Poco a poco se fue convirtiendo en algo más común. Las personas son rencorosas, muchas protestaban contra el gobierno pidiendo que tiraran al árbol que causó muertes y varias pérdidas materiales, pero era imposible.
Su tamaño era suficiente para tener pequeños pueblos en sus ramas, esas personas se llamaban a sí mismos “guardianes”. Argumentaban que protegerían al árbol de todo aquel que lo lastimara. Pensaba que era una tontería, es tan grande que ni eso pasaba por tu mente aun sabiendo que gente protestaba por algo así, supongo que esa es la llamada “estupidez humana”.
Mi vida seguía igual, aun si un árbol gigantesco existía. Todos los días subía a la azotea a contemplarlo, mis pies colgaban y los movía adelante y atrás, cantaba o tarareaba mientras lo observaba, deseaba cada vez más ir hacia allá, tener esa aventura que tanto esperaba desde hace muchos años. Estaba consciente de lo difícil que sería, pero era una meta que realicé el momento que lo vi.
Todas las mañanas, despierto por la melodía de las campanas. No es mi celular notificándomelo o un viejo despertador que algún tío me obsequió pensando que sería un buen presente, son aquellos instrumentos del centro de la ciudad con una tonada distinta cada amanecer. Abro mis ojos por unos momentos y los vuelvo a cerrar. A veces me siento cansado, otras veces me siento triste, otras solo quiero quedarme en mi cama y otras veces, me levantó esperando tener esa gran aventura.
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