
AVISO: ESTE FIC CONTIENE TRIGGERS DE VIOLENCIA, SELF-HARM, SUICIDIO, LENGUAJE SOEZ Y DEMÁS. NO NSFW.
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PRÓLOGO
-Las mejores historias empiezan por el final-
Hay tres hechos universales acerca del cañón de una pistola que uno nunca tenía demasiado en cuenta hasta que estaba a menos de un palmo de tus narices.
Para empezar, está jodidamente frío.
En segundo lugar, es condenadamente difícil, por razones probablemente obvias, apartar la vista de él.
Y por último, nadie -e insisto,
nadie
debería ponerle el cañón de una pistola en la frente a Alex Heeljack.
Por desgracia, esta noche, los tres ases se quedaban en dos; porque de las siete figuras inmóviles del callejón, con una farola titilante proyectando sombras demasiado largas sobre el ladrillo ennegrecido, sólo una temblaba, y era la suya.
Ace. El peor amigo y el mejor matón de este lado del río; la firma estampada, invisible, sobre los casos sin sospechoso. Su verdadero nombre era el menos pronunciado de la ciudad -no porque no lo conocieran, sino porque las historias siempre crecen más rápido que sus protagonistas, y las tres letras rojas de Ace podían más que los errores y las cicatrices del hombre que había detrás, por muchos que fueran, y hacían bajar la voz a cualquiera que tuviera sentido común. No decías su nombre en voz alta, porque cuando te dieras la vuelta podía estar allí con su sonrisa de pantera y sus pasos de gato, invitándote a una copa, y a Ace le gustaba jugar con la comida.
Pero esta noche, nadie en el callejón estaba tragándose el miedo salvo él. Esta noche, la banca cerraba el juego y los ases perdían.
-Hay un dicho en mi tierra, ¿sabes, Ace? -el humo del cigarrillo de Ruby Rose se enroscaba en el aire frío del callejón. Las ciudad estaba desierta a estas alturas, incluso tan cerca del puerto, y el eco apagado de su voz ronca era lo más cálido que quedaba. Los reflejos claros del Ninetales que se enroscaba a sus pies destellaban cada vez que un insecto moría entre los cristales de la única farola encencida. La pistola era suya, y también el trato. La ruleta giró con un chasquido gutural- No mastiques más de lo que puedes tragar. A ti te habría venido bien saberlo antes.
-¿Quieres devolverme el mordisco, Rose? Adelante -la risa raspada de Heeljack sonaba demasiado aguda, casi un graznido, con el tinte vago de la desesperación. Le temblaban las manos detrás de la espalda-. Pégame un tiro. Quédate el puerto, los tratos. Quédatelo todo. Serás la próxima en atragantarte-
El final de la frase se cortó cuando Ruby Rose le empujó el cañón de la pistola entre los dientes. Detrás de ella, el doctor Wölf apartó la vista desde detrás de sus gafas gastadas. Ni siquiera ahora, pensó Heeljack con los ojos entornados, como si así el otro pudiera oírlo; ni siquiera ahora me miras a los ojos. Escupió la pistola, apartando la cara bruscamente con la convicción enfermiza de que Rose no le dispararía hasta estar segura de que estaba muerto de miedo.
-¿Dónde está Donna? -gruñó.
-Muerta.
Muy en el fondo, ya lo sabía. Apretó los dientes, obligándose a sí mismo a no imaginar un destello de pelo rojo desapareciendo en el agua del río. Culpa suya. Como todos.
-¿Aaron?
-Le perdimos la pista en Kanto.
-Bien.
-Sabes que acabaremos encontrándolo.
-A estas alturas, Rose, ya no sé nada. Y tú tampoco.
-¿Quieres rezar algo? ¿Unas últimas palabras?
La mirada oscura de Alex Heeljack, los ojos negros como pozos de Ace, se le clavaron con un filo aserrado que nunca, ni siquiera ahora que estaban enredados en miedo, habían perdido. Sonrió, con esa sonrisa de pantera moribunda, como si tuviera un secreto sangrando sombras tras los dientes.
-Que te jodan, Rose.
El disparo pintó las paredes de rojo. El cadáver de Heeljack se derrumbó con un golpe sordo, y las siete sombras del callejón se volvieron un poco, sólo un poco más oscuras.
Es curioso saber cómo habían llegado hasta allí.
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